A Internet le encantaba verla rescatar zorros… hasta los ataques que le quitaron la vida

Mikayla Raines, fundadora de Save A Fox Rescue, era adorada en internet por rescatar zorros de granjas peleteras y por ayudar a mascotas abandonadas; sus videos en YouTube e Instagram llegaron a millones. Pero detrás de esos clips conmovedores había otra realidad: un acoso cibernético implacable y ataques amargos que vinieron desde el propio mundo del rescate al que dedicó su vida. Sus amigos dicen que absorbía cada palabra cruel, y su marido recuerda el peso insoportable que cargó en silencio…

Mikayla Raines —antiguamente celebrada como la “susurradora de zorros” y creadora de Save A Fox Rescue— murió por suicidio, confirmó su esposo en una declaración desgarradora. Tenía apenas 29 o 30 años, según las fuentes. Ante el público fue la defensora de los que no tienen voz: zorros nacidos en criaderos de piel, mascotas abandonadas y animales silvestres que nadie reclamaba. Sus reels de Instagram y los videos en YouTube la mostraban calmando crías temblorosas, curando animales heridos y discutiendo con funcionarios municipales por permisos de rescate. Pero detrás de cámaras se libraba una guerra fea.

Amigos, colegas de la comunidad de rescate animal y trolls anónimos en internet se volvieron en su contra. La misma voz que la aplaudía cuando salvaba a un zorro herido se volvió implacable cuando ella cuestionó normas o rompió reglas. Recibió duras críticas por sus métodos: comprar zorros a criadores, albergar más animales de los que permitía su permiso local, ampliar cercas supuestamente en contra de la normativa. Criticas que quizá podrían soportarse viniendo de extraños no cesaron cuando vinieron de gente en quien ella alguna vez confió.

Su esposo, Ethan Frankamp, salió a hablar de lo profundo que la hirieron esos ataques. Contó que Mikayla “se tomaba los comentarios negativos muy a pecho” y no podía desprenderse de cómo atacaban su misión, su reputación e incluso su carácter. En las redes corrían susurros: “acaparadora”, “rescatista imprudente”, “operadora renegada”. Algunos en su propio rubro la acusaron de torcer las reglas o de operar fuera de supervisión. Esos ataques no quedaron solo en internet; la siguieron a reuniones, audiencias por permisos, correos y llamadas telefónicas.

Al final, el peso de tanto escrutinio fue demasiado. A medida que se agravaban sus problemas de salud mental —depresión, autismo e incluso rasgos de personalidad límite según algunos informes— cada mensaje hiriente la afectaba más. Ella dijo en entrevistas que los animales tenían sentido para ella cuando las personas no. Su empatía fue su don, y al mismo tiempo su vulnerabilidad.