Entonces lo oí: el sonido de un auto que entraba por el camino de acceso. Miré por las persianas. Mi esposo acababa de llegar a casa. Salió del auto, bostezando, con un vaso de cartón de café.
Casi se me doblaron las piernas.
Entró minutos después, el rostro pálido al verme. —¿Qué pasa? —preguntó, al notar el pánico en mis ojos.
No respondí. Solo le mostré la grabación del monitor que había hecho con mi celular —esa silueta gris junto a la cuna, su figura inconfundible. Se quedó mirándola por mucho tiempo, con la mano temblando. ‘Eso… no soy yo’, susurró.
Casi no dormimos esa noche. A la mañana siguiente revisé la grabación otra vez —y el video había desaparecido. Solo había estática.
Desde entonces, cada noche pesa más. La puerta del cuarto del bebé chirría sola. A veces el bebé se despierta riéndose de la nada.
Mi esposo ya no sale por las noches. Y yo… dejé de revisar el monitor. Porque hay cosas que, una vez que las ves, ya no puedesdejar de ver.