Nuestro bebé dormía plácidamente… hasta que me di cuenta de quién estaba de pie junto a la cuna (2 of 3)

Mi esposo.

Se quedó junto a la cuna, completamente inmóvil, la cabeza apenas ladeada, mirando a nuestro bebé dormir.

Se me apretó el pecho. Ni siquiera tuve tiempo de asimilarlo — diez minutos antes había oído la puerta principal cerrarse. Me dijo que salía a tomar aire, tal vez a buscar un café en la cafetería 24 horas. Lo vi irse. Yo cómo arrancaba el auto.

Y sin embargo… ahí estaba. En el cuarto del bebé.

Durante unos largos segundos me quedé mirando la pantalla, paralizada. La visión nocturna de la cámara hacía que todo brillara: la cuna, la manta suave, la silueta de mi marido, gris y granulada. No se movía. Solo estaba ahí, de pie.

Sentí que la habitación daba vueltas. Lo primero que pensé fue que quizá había vuelto sin que me diera cuenta —quizá había olvidado algo, o quizá… no lo sabía. Pero en el fondo supe que algo andaba mal. La forma en que se mantenía allí —silencioso, tieso, con la mirada fija— no era él. No podía serlo.

Tiré la cobija de un tirón y salí corriendo por el pasillo. Mis pies golpearon el suelo con demasiada fuerza y la madera vieja crujió bajo ellos. Aún resonaba detrás de mí el zumbido suave del monitor del bebé. La puerta del cuarto del bebé estaba entreabierta, apenas una rendija.

La empujé.

Y sentí que el corazón se me detenía.

La habitación estaba vacía. El bebé dormía plácidamente en su cuna. No había nadie más.

El aire estaba frío —extrañamente frío—, como si una ventana hubiera quedado abierta. Pero todas estaban cerradas. Podía…sentícomo si alguien hubiera estado ahí; la habitación aún conservaba esa tenue tensión eléctrica, de esas que te ponen la piel de gallina.