Sigo pensando en esos cachorros. El refugio llamó unas semanas después para decir que estaban sanos, adoptados y felices. Me gusta imaginar que crecieron con el mismo corazón salvaje y valiente del gato que los rescató.
Y de vez en cuando, cuando Daisy se acurruca junto al fuego, le susurro: «Lo hiciste bien, nena». Ella solo me mira y parpadea, como si no fuera gran cosa —porque para ella, quizá nunca lo fue.