Los soldados se burlaron de ella… hasta que el general reveló la verdad que los dejó avergonzados (3 of 3)

“Tenía catorce años”, siguió el general. La voz se le volvió un gruñido. “Catorce. Mientras ustedes perdían el tiempo jugando videojuegos en la sala de sus papás, ella arrastraba a niños que gritaban a través de un humo tan denso que no podía ver ni sus propias manos. Cada cicatriz en su cuerpo es una vida que rescató. ¿Y se burlan de ella?”

Un soldado se removió, incómodo. Otro tragó en seco. Las sonrisitas ya habían desaparecido hacía rato. La vergüenza llenó el silencio como una niebla pesada.

El general los atravesó con la mirada, uno por uno. “Deberían estar saludándola, no escupiendo sobre su valentía. Lleva más honor en una sola cicatriz que el que muchos hombres reúnen en toda una vida.”

A la chica le tembló el labio, pero se irguió más que antes. Por primera vez en semanas, echó los hombros hacia atrás.

Nadie volvió a reír. Ese día no. Ni nunca, cuando ella pasaba.

Porque la verdad se les había tatuado a fuego en la memoria: esas cicatrices no eran motivo de vergüenza. Eran la prueba de que, incluso en pleno infierno, una chica eligió correr hacia las llamas y volvió cargando el mañana de alguien más.