Él agarraba un trapeador todas las noches… hasta que una fiesta de fin de año reveló su talento secreto
Advertisement
En la fiesta de fin de año de la empresa, alguien le pidió en broma a Robert, el conserje callado y papá soltero, que tocara el piano. Todos esperaban notas toscas o dedos titubeantes. Pero en cuanto se sentó y hundió la primera tecla, el lugar quedó en silencio. Los compañeros se congelaron, las bocas se abrieron, y hasta al CEO se le vio secándose los ojos. Para cuando Robert llegó al último acorde, todo el salón estaba de pie, atónito por lo que acababan de…
Todo empezó como una broma.
La fiesta de fin de año de la empresa estaba en pleno, con empleados reunidos en el lobby reluciente de la torre de oficinas. La música salía de las bocinas, las risas rebotaban en los muros de vidrio y las copas de champaña tintineaban. Cuando el DJ hizo una pausa y el piano alquilado en la esquina quedó intacto, alguien le dio un codazo al conserje —un papá soltero llamado Robert— y, en tono de broma, soltó: “Oye, ¿por qué no nos tocas algo?”
La sala se rió. A Robert lo conocían por el trapeador y el balde, no por Mozart. Llevaba años vaciando botes de basura y puliendo pisos en ese edificio, deslizándose en silencio entre los cubículos mucho después de que los ejecutivos se hubieran ido a casa. Casi nadie sabía gran cosa de él, fuera de que trabajaba sin descanso y se marchaba antes de amanecer para llevar a su hija a la escuela.
Al principio, desestimó la ocurrencia con la mano. Pero algo cambió en el aire. Tal vez fue la sonrisa traviesa del gerente que lanzó la broma, o el hecho de que, por una vez, todas las miradas de la sala estaban sobre él. Despacio, Robert caminó hasta el piano de cola. El murmullo se fue apagando hasta quedar en silencio cuando corrió el banco y se sentó. Sus manos curtidas flotaron sobre las teclas. Luego, sin partitura ni un instante de duda, empezó a tocar.