Durante años, la rutina de 15 minutos de mi vecino me sacó de quicio. La verdad era hilarantemente simple (2 of 2)
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A ver, no soy un acosador. Trabajo desde casa. La ventana de mi oficina da justo hacia su casa. No intento fijarme… pero cuando la rutina de su cochera es más precisa que un reloj suizo, te das cuenta. ¿Y la verdad? Después de diez años, la curiosidad me estaba carcomiendo. ¿Qué hacían ahí adentro? ¿Llevaban un negocio secreto? ¿Ensayaban teatro de cambios relámpago? ¿Grababan videos de cocina de quince minutos para YouTube?
Por fin, la semana pasada, no aguanté. Ganó la curiosidad.
El carro de Óscar llegó justo a la hora. Entraron, corrieron las cortinas —menos una. La ventana de la cocina quedó entreabierta, lo suficiente. Y sí, lo confieso: me acerqué de puntitas y eché un ojo.
Lo que vi me hizo soltar una carcajada.
Ahí estaban —ni dirigiendo una banda criminal, ni escondiendo oro, ni ensayando un ritual rarísimo— sino devorando sándwiches como si estuvieran en un concurso de comelones. A toda velocidad, codos por el aire, papitas regadas por toda la barra. Óscar traía mostaza en la camisa, Emma comía Oreos a dos manos, y por cómo aspiraban la comida cualquiera juraría que no probaban bocado desde 1998.
Y entonces me cayó el veinte. Todo su “ritual misterioso” no era la cortina de humo de nada escandaloso. Era nada más…almuerzo. Un almuerzo tardío, todos los días a las 4 p. m., devorado a puertas cerradas como si fuera su pequeño secreto culposo.
Debí haber hecho ruido, porque Óscar alzó la vista, me pescó medio colgado de su ventana y se quedó inmóvil con un pepinillo a medio camino de la boca. Nuestras miradas se cruzaron. El tiempo se detuvo. Y, de un jalón, cerró la cortina — pepinillo todavía en la mano.
¿Al día siguiente? Igualito. 4 p. m. en punto. Entrada del garaje. Cortinas. Solo que ahora, cada vez que los veo, no puedo evitar imaginármelos ahí adentro atiborrándose de sándwiches como fugitivos en su pausa de tentempié.
Así que sí, durante diez años pensé que vivía al lado de un secreto hondo y misterioso. Resulta que mis vecinos son nada más dos personas que se toman la hora de la merienda muy, muyYa en serio.
¿La verdad? Mis respetos.