El último abrazo: lo que un niño le dio a su repartidor de pizza momentos antes del desastre (2 of 3)

La mamá del niño alcanzó a asomarse por la ventana justo cuando, al final de la cuadra, el auto rojo de reparto pegó un volantazo brutal. Chillaron las llantas. Un estruendo ensordecedor partió la tarde. Soltó la caja de pizza, con el corazón golpeándole las costillas, y salió disparada a la calle.

Los vecinos ya se estaban juntando. El auto, hecho acordeón contra un poste de luz, soltaba vapor que siseaba desde el capó. Adentro, el repartidor yacía desplomado, inmóvil; el abrazo de despedida del niño se volvió de golpe un recuerdo que no los dejaría en paz.

“Ni siquiera alcanzó a salir de nuestra cuadra”, dijo después la madre, con la voz temblorosa. “Mi hijo fue la última persona que lo abrazó con vida.”

Los paramédicos se precipitaron al lugar, pero ya era demasiado tarde. El hombre—luego identificado como padre de tres que hacía turnos extra para pagar las cuentas—fue declarado muerto antes de que pudieran llevarlo al hospital.

La comunidad quedó sacudida. Durante días, las conversaciones giraron no solo en torno a la tragedia, sino también a la extraña, casi profética, ternura de ese último abrazo.

Algunos dijeron que fue el destino. Otros susurraban sobre esa extraña intuición que tienen los niños para percibir lo que los adultos no ven. “Era como si lo supiera”, comentó un vecino. “El niño entendió que ese hombre necesitaba ese abrazo antes de despedirse de este mundo”.

La madre, rota entre el dolor y el shock, intentaba procesar lo ocurrido en la entrada de su casa. “No puedo sacarme esa imagen de la cabeza”, admitió. “Un segundo le sonreía a mi hijo… y al siguiente ya no estaba”.

La controversia creció a medida que la historia se viralizaba. ¿Deberían las pizzerías presionar a sus repartidores para ir a toda velocidad, muchas veces hasta altas horas, sin considerar su seguridad? ¿Fue un accidente trágico que pudo evitarse, o simplemente una vuelta cruel del destino?

Lo único indiscutible es la imagen que quedó flotando: un niño pequeño, sin saberlo, ofreciendo el último consuelo que ese desconocido recibiría.

En medio de un mundo caótico, lleno de prisa y distracciones, un gesto fugaz de inocencia se volvió un instante cargado de sentido. Un abrazo, una despedida, una vida truncada.

A veces, las noches más corrientes esconden tragedias devastadoras; y a veces, el último adiós se nos cuela cuando nadie está listo para decirlo.