Esta pequeña criatura hambrienta estaba condenada — hasta que una mujer lo cambió todo (2 of 3)
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“Me quedé helada un instante,” recordó luego Diane. “Pensé—¿y si ya se está muriendo? Pero lo vi intentando, de verdad intentando, resistir. Y no pude simplemente darme la vuelta y marcharme.”
Lo alzó con cuidado, usando un guante de jardinería viejo, y lo metió a la casa. Solo entonces se dio cuenta de lo que de veras estaba mal—no era solo que estuviera flaco y débil. Los dientes de adelante le habían crecido chuecos, en un ángulo terrible, así que el pobre no podía comer bien. Con razón se veía medio famélico.
La mayoría habría encogido los hombros y dejado que la naturaleza siguiera su curso. Pero Diane no es como la mayoría. “Lo único que pensaba era: este pobre ser no pidió esto,” dijo.
Improvisó: cortó pedacitos de manzana en láminas finitas, lo bastante suaves para que el animalito las mordisqueara. Acondicionó una caja de zapatos forrada con una toalla y la mantuvo tibia con una lámpara de escritorio vieja. Cuando se movía, le susurraba, asegurándole que ya no estaba solo.
Durante días no supo si sus esfuerzos alcanzarían. El pequeñito respiraba bajito y casi no se movía. Pero poco a poco algo cambió. Empezó a comer: primero unos bocaditos, luego rebanadas enteras. Levantaba más la cabeza, se le aclararon los ojitos y los bigotes se le erizaban como si estuviera redescubriendo el mundo.
Diane se puso en contacto con un rescate local de fauna silvestre para pedir consejo y supo que el animal —una ardilla listada con un grave problema dental— padecía maloclusión, una condición en la que los dientes crecen sin control. Con cuidados delicados, recorte de dientes y una alimentación adecuada, había esperanza.
Esperanza. Así decidió llamarla.
Semana a semana, la transformación de Esperanza dejó a todos con la boca abierta. Aquel ser frágil y adolorido que había encontrado por casualidad ahora correteaba por el piso de la cocina, llenándose las mejillas de semillas y trepándose al hombro de Diane como si dijera gracias. Los dientes que antes la condenaban al hambre ahora estaban controlados, y su pelaje, antes enmarañado, brillaba a la luz.
—Es difícil de explicar —dijo Diane, con los ojos vidriosos—. Pensé que yo la estaba salvando, pero, en cierto modo, ella también me salvó. Me recordó que la compasión importa, incluso para la vida más pequeña.
Los vecinos que antes habían tachado a la criatura de plaga ahora pasaban solo para verla jugar. Los niños reían cuando Esperanza se escabullía entre sus pies, prueba viviente de lo que la bondad puede lograr.
Desde un rincón olvidado del jardín hasta convertirse en una historia de amor y resiliencia, la travesía de Hope demuestra que, a veces, las transformaciones más extraordinarias empiezan con una sola decisión: cuidar cuando nadie más está dispuesto a hacerlo.