Ella perdió las piernas por un producto común del hogar — ahora advierte a mujeres en todas partes (2 of 2)

La batalla por salvarle las piernas comenzó de inmediato: antibióticos por vía intravenosa, cirugía de emergencia, horas eternas de espera. La familia de Amanda iba y venía por los pasillos del hospital, rogando por un milagro. Pero en menos de 48 horas llegó lo impensable: la infección avanzaba más rápido de lo que su cuerpo podía resistir. La única manera de salvarle la vida era amputarle ambas piernas por debajo de la rodilla.

“Recuerdo mirar hacia abajo y darme cuenta de que ya no estaban”, dijo Amanda en voz baja. “Un día caminaba, corría detrás de mis hijos, hacía los quehaceres… y al siguiente, mi vida quedó hecha trizas por algo que yo creía inofensivo.”

Amanda pasó semanas en recuperación, adaptándose a las prótesis, aprendiendo a ponerse de pie otra vez, a vivir de nuevo. Pero más que el dolor físico, lo que más la persigue es pensar que todo quizá pudo evitarse. Por eso ahora alza la voz y advierte a otras mujeres que no minimicen los riesgos escondidos en productos de uso diario.

Expertos confirman que su historia no es tan descabellada como parece. Los limpiadores domésticos fuertes pueden provocar quemaduras químicas, dañar la piel y, en casos raros pero devastadores, permitir que bacterias peligrosas se instalen. “Confiamos en estos productos porque se venden por todos lados”, dice Amanda. “Pero casi nadie piensa qué pasa cuando entran en contacto con una herida abierta.”

Su mensaje es simple, y a la vez estremecedor: no des por hecho que tu casa es segura solo porque algo viene en una botella bonita. Lee las etiquetas. Usa guantes. Mantén los químicos lejos de la piel lastimada. Y si algo no cuadra—si un sarpullido se expande demasiado rápido, si el dolor se vuelve punzante—no esperes. Busca ayuda de inmediato.

La vida de Amanda ya no se parece en nada a lo de antes. Ahora se desplaza por la cocina en su silla, en vez de quedarse de pie frente al mostrador. Abraza a sus hijos desde la altura de su asiento, en lugar de agacharse para ponerse a su altura. Pero se niega a quedarse callada.

“Si al compartir mi historia consigo que aunque sea una sola mujer se libre de lo que yo viví”, dice, “entonces haber perdido mis piernas no habrá sido en vano.”