Después de años de maltrato, se fue con las manos vacías… y construyó un milagro (2 of 3)
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Su hijo soltó una risita nerviosa. Su hija negó con la cabeza. «Pero, mamá… ¿cómo?»
Lisa no sabía de carpintería. No tenía ahorros guardados. Lo que sí tenía era determinación, un terreno heredado cubierto de maleza y el amor feroz de una madre que se niega a dejar que sus hijos crezcan creyendo que la vida la venció.
Así que empezó.
Los vecinos la miraban desde sus porches mientras arrastraba tarimas viejas y pedazos de madera hasta el lote. Se reían por lo bajo cuando clavó sus primeros clavos chuecos, negando con la cabeza ante lo que parecía el sueño imposible de una mujer desesperada. «No aguanta ni una semana», murmuraban. «Está loca».
Pero Lisa no se detuvo.
Se le ampollaron las manos y sangraron. La lluvia calaba su chaqueta delgadita. Las noches eran eternas, los días la dejaban rendida. Aun así, cada amanecer sus hijos estaban ahí: le alcanzaban los clavos, sostenían las tablas y aplaudían cada vez que una pared quedaba de pie.
Juntos levantaron una pared. Luego otra. Un techo. Ventanas que de verdad se abrían. Una puerta con cerradura. Pedazo a pedazo, su sueño fue alzándose desde el barro.
Las risas a su alrededor empezaron a apagarse. Vecinos que antes se burlaban ahora miraban de reojo, y la curiosidad se les volvió respeto. Un señor dejó una caja de tejas sin usar. Otro le prestó una sierra eléctrica. Una señora de la cuadra llegó con sopa caliente, apenada por haber dudado de ella antes.
Tras meses de sudor, sacrificio y pura fuerza de voluntad, por fin llegó el día. Lisa se paró con sus hijos frente a una casita sencilla pero firme: una casa que habían levantado con sus propias manos. Las paredes no eran perfectas, la pintura no estaba pareja, pero para ellos era un castillo.
—Nunca había visto a mis hijos sonreír así de grande —dijo Lisa, con lágrimas en los ojos—. Lo hicimos juntos. Y nadie nos lo va a quitar jamás.
Los mismos vecinos que antes se burlaban hoy se detienen a admirar la casa. Algunos hasta confiesan que les despertó inspiración. Lisa, la mujer que solo contaba con temple y dos pequeños ayudantes, consiguió lo que la mayoría ni se atrevería a intentar.