Parecen lindos patrones—pero lo que eclosiona te pondrá la piel de gallina (2 of 3)
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La primavera pasada vino a casa, sosteniendo una hoja como si fuera una prueba de una escena del crimen. “¿Qué crees que es esto?”, me dijo, enseñándome los mismos grupitos ordenados que ya había visto. Contó que llevaba días quitándolos con los dedos, a mano limpia, convencida de que eran “pecas de planta”.
Se me heló el estómago. No tenía ni idea.
Le expliqué: esos pequeños molinitos perfectos son los huevos de la mariposa capa de luto. Hermosas criaturas, sí. Pero antes de convertirse en alas delicadas que revolotean por el cielo, sus orugas tienen que comer. Y no mordisquean con delicadeza: arrasan. Hojas, ramas, a veces arbolitos enteros pelados en cuestión de semanas.
Se le cayó la quijada. “¿Me estás diciendo que he estado tocando eso con las manos?”
Asentí. Lo que no le dije de inmediato, para no aterrorizarla, es que cuando esos huevos eclosionan, las orugas no solo se aferran a la planta. Se desbordan: se arremolinan. Decenas trepándose unas sobre otras, espinosas y retorciéndose, cubriendo cada centímetro de lo que tocan. Es una escena que pone la piel de gallina. Y una vez que se esparcen, no se detienen.
La acompañé de regreso a su jardín y, como era de esperarse, había parches por todos lados: en sus rosales, en la lila y hasta en la parra. Ejércitos enteros esperando nacer.
“Tienes que tener cuidado”, le dije. “No los toques. Ni siquiera intentes rasparlos con las manos. No quieres arriesgarte a que esas espinas te perforen la piel, y mucho menos a esparcirlos sin querer.”
La expresión en su rostro lo decía todo.
Esa noche me mandó por mensaje una foto de su parra. Los huevos habían eclosionado. Cientos de orugas avanzaban como una ola oscura sobre las hojas. Se metió a la casa, bajó las persianas y no pudo reunir el valor para volver a pisar el patio.
Y la verdad es ésta: la mayoría de las personas tienen ni ideade qué son esos racimos hasta que ya es demasiado tarde. A simple vista se ven casi decorativos, como estrellitas incrustadas en una hoja. Pero cuando ves en lo que se convierten, no se te olvida jamás.
Así que si los encuentras en tus plantas, alto ahí. No los toques. No los sacudas. No finjas que son inofensivos. Porque cuando esos huevecillos se abran, vas a enfrentarte a algo que desearías no haber ignorado…