Un oficial rescató a un gatito que temblaba de frío — luego descubrió la impactante verdad sobre quién lo abandonó (2 of 2)

A James se le apretó el pecho. Sin pensarlo, alzó al gatito entre las manos. No pesaba nada: un ovillo de huesos y miedo. Lo pegó contra su pecho, protegiéndolo del frío de la mañana mientras se apresuraba a entrar de nuevo.

“¿Tienen una cobija?” gritó, con la voz más dura de lo normal. Alguien apareció con una chaqueta de polar vieja; otra persona sacó un biberón del área de objetos perdidos. Unos minutos después, James estaba sentado en su escritorio, acunando al gatito con una mano y sosteniendo el biberón con la otra. Lo inclinó con cuidado hacia la boquita mínima y, cuando el gatito se prendió, chupando débilmente la punta de goma, sintió que el corazón se le abría de par en par.

¿Quién sería capaz de abandonar algo tan chiquito?

Siguió mirando al gatito mientras bebía, con una mezcla de alivio y rabia. Alivio por haberlo encontrado a tiempo. Rabia de que alguien pudiera ser tan descuidado, tan cruel. Entonces se le cruzó un pensamiento.

Alzó la vista hacia el equipo de seguridad. “Revisen las cámaras de anoche”, dijo.

Minutos después, se reunieron frente a la pantalla que irradiaba luz. Imágenes granuladas titilaban en ella, mostrando el callejón donde habían dejado la caja. A las 2:14 a. m., una figura apareció en el encuadre. Se agachó, acomodó la caja contra la pared y se alejó sin volver la vista.

Cuando el rostro logró enfocarse, a James se le hizo un nudo en el estómago. No era un desconocido. Era uno de los conserjes de la estación, un hombre que llevaba casi diez años trabajando en el edificio. Alguien que recorría los mismos pasillos cada día, repartiendo saludos, arreglando cafeteras, barriendo pisos.

James apretó la mandíbula. No alcanzaba a comprender cómo alguien en quien confiaban para cuidar el lugar de trabajo podía desechar una vida con tanta facilidad.

La sala quedó en silencio. Nadie quería apartar la mirada de la pantalla, pero tampoco quería seguir viendo. La traición dolía más porque venía desde adentro.

James bajó la vista hacia la diminuta criatura acurrucada en su mano. Su cuerpecito frágil se agitó, empujando su palma con el más leve destello de fuerza. En ese instante supo que el futuro del gatito ya no estaba en duda. Fuera cual fuera la razón del conserje, la historia de ese animalito no terminaba en una caja de cartón húmeda. No mientras James estuviera ahí para protegerlo.