Pensó que nunca volvería a sonreír — luego llegó el trasplante de rostro más extremo de la historia
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Patrick Hardison era bombero voluntario cuando se lanzó a una casa en llamas para rescatar a una mujer. Le salvó la vida, pero al desplomarse el techo, su propio futuro ardió con la casa. Sobrevivió, aunque su rostro desapareció: párpados, orejas, labios, todo se desintegró en segundos. Durante años se escondió tras lentes oscuros, gorras y prótesis, demasiado avergonzado para mostrarse. Hasta que los médicos le propusieron algo tan radical que rozaba lo imposible…
El incendio ya estaba desatado cuando Patrick Hardison oyó los gritos. Una mujer estaba atrapada en su casa, las llamas trepaban por las paredes y el humo salía a borbotones por las ventanas rotas. Sin pensarlo dos veces, Patrick, bombero voluntario en su pueblo de Mississippi, se metió de lleno. Sabía los riesgos. Sabía que podía no regresar. Pero no podía quedarse parado mientras alguien suplicaba ayuda.
Sacó a la mujer y la puso a salvo, pero en esos pocos segundos su propia vida quedó hecha trizas. Un techo que se venía abajo, un fogonazo de calor insoportable… y luego, la oscuridad. Patrick sobrevivió, pero cuando despertó en una cama de hospital, su reflejo era irreconocible.
Su rostro había desaparecido. Párpados, orejas, labios: calcinados. La piel convertida en una máscara de dolor. Durante años evitó los espejos. Usaba gorras de béisbol bien bajas, lentes oscuros para disimular el daño y orejas prostéticas que jamás parecían de verdad. A veces los niños lloraban al verlo en la calle. Los desconocidos susurraban. El hombre que antes rescataba a otros vivía ahora en un exilio íntimo, escondido tras capas de tela y silencio.
“Intenté ser fuerte”, admitió Patrick años después. “Pero me sentía como un monstruo. No quería salir. No quería que nadie me mirara.”