Sentada en mi carro, temblaba de una rabia que ni sabía que podía sentir. Pensé en cada noche que llegó tarde y le echó la culpa a la oficina, en cada cuenta que yo cubrí cuando decía que el sueldo le había salido “corto”, en todas las madrugadas que me quedé despierta con nuestros bebés mientras él roncaba en otro cuarto. Y entonces pensé en nuestra hija, con esos ojos grandes e inocentes, preguntando por qué papá se quita el anillo. Ella vio la verdad antes que yo. Vio a su padre por lo que realmente era, mientras yo me aferraba a la ilusión de un matrimonio que ya estaba podrido.
No entré hecha una furia. No grité. Manejé a casa en silencio, apretando su anillo de bodas tan fuerte que me dejó marcas en la palma. Porque sí, me lo llevé esa mañana. Cuando me pregunte dónde está, se lo voy a decir. Le voy a decir exactamente dónde lo encontré y exactamente lo que vi. Y le voy a decir que en mi casa no hay lugar para un hombre que trata a su esposa como un estorbo y a sus hijos como tontos. Él no solo me traicionó a mí. Los traicionó a ellos. Y eso es algo que nunca le voy a perdonar.”